La vida, con sus desafíos y tempestades, a menudo parece un terreno árido donde es casi imposible siquiera imaginar el florecimiento. Sin embargo, ahí estás tú, creciendo entre las grietas, abriéndote paso entre las sombras y alcanzando la luz con una fuerza silenciosa pero imparable: LA FUERZA DE DIOS EN TI, aunque no creas en Él, pues ¡¡Él sí cree en ti!! Cada pétalo que despliegas es un testimonio de tu resiliencia, de tu capacidad para transformar el dolor en raíces más profundas y la incertidumbre en hojas que tocan el cielo.
Florecer no siempre significa grandes triunfos visibles para todos. A veces, es levantarse una mañana más, es sonreír cuando el corazón pesa, es seguir adelante cuando todo parece invitarte a detenerte, porque tu motivación es el amor que hay en ti para ti, y para la creación maravillosa de Dios. Observa esos pequeños brotes dentro de ti: paciencia, amor propio, calma. ¡Es la Gracia junto con tu querer! Cada uno es una señal de que, a pesar de todo, sigues creciendo y embelleciendo tu propio camino al estilo de Jesús, el Amor de amores que no es amado. ¡Al contrario!
No subestimes el poder de tu proceso. Cada estación tiene su propósito, y cada paso que das, por pequeño que parezca, te está llevando hacia un jardín más fuerte y auténtico, al jardín del Amor sin condiciones. Florecer no es solo el destino, es el viaje. Así que obsérvate, celébrate y nunca dejes de nutrir esa esencia que te hace único e irrepetible, te hace reflejo del Amor Eterno.
Hay un ritmo sagrado en el universo que todo lo transforma: el ritmo del corazón de Dios. La tristeza, como el fuego, arde intenso, pero no es eterna. Viene a limpiar, a mostrar, a profundizar… pero también se apaga. No temas si hoy duele, porque incluso el dolor es un maestro de paso, no un huésped permanente.
Como las estaciones, el alma también cambia. Hoy llueve dentro de ti, pero vendrá el sol. El alma, cuando se permite sentir sin aferrarse, encuentra la medicina en su propia sombra. La tristeza no es un final: es un umbral hacia una nueva versión de ti, más sabia, más consciente, más viva, más como Jesús vivo en ti.
Nada que atraviesas es en vano. La tristeza es solo el eco de algo que se despide… y después de cada despedida, la vida siempre encuentra una forma nueva de florecer.
EN LO DOLOROSO, EN LO QUE NOS PARECE IMPOSIBLE, AHÍ ESTÁ ACTUANDO DIOS CON SU INMENSO AMOR, SOSTENIÉNDONOS. ¡Déjate sostener por Dios!
¿Sabes? No es imposible que la figura del Siervo perseguido y martirizado, que canta el profeta Isaías, fuera para Jesús, en aquel momento crítico de su vida, una especie de faro que le ayudara a acceder a la comprensión de su propio destino.
Hombre de la Palabra, como Él, el Siervo se veía reducido al silencio, maltratado, desfigurado y, finalmente, entregado a la muerte. Pues bien, es precisamente en el momento en que es colocado entre los llamados “impíos” (no creyentes), cuando, de manera misteriosa, se consuma su misión salvadora. A esta luz pudo comprender Jesús que su muerte, lejos de ser un fracaso y un mentís a su mensaje, sería, por el contrario, el punto culminante de su misión, testimoniaría la Buena Nueva mejor que cualquier palabra y revelaría y actualizaría, como jamás se habría atrevido a esperar, la cercanía absolutamente gratuita de Dios Amor al mundo, quien había permitido que la libertad humana calumniara y acabara con la vida de su Hijo (aunque no lo quisiera así) y así, permitiendo ser incluido entre los malditos y los excluidos, Jesús haría presente a Dios Amor sin condiciones, allí donde todo grita su ausencia, llegaría a los más alejados y descendería a sus infiernos interiores, donde aportaría la presencia inmediata e inefable y la ternura del Padre.
Así, mediante su propio abandono, llevaría a Dios amoroso a los abandonados no de Dios, sino del egoísmo propio, del egoísmo y gran ignorancia humanos. En el corazón de la ausencia y de la noche, sería para todos, incluidos los malditos, incluidos todos, tú, yo, la luz de la nueva cercanía de Dios. Entonces comprendió Jesús que, sin esa muerte, todo el Evangelio no sería más que un juego o un maravilloso cuento de hadas. Sólo esa muerte podía aportar a la Buena Nueva la seriedad, la gravedad y la hondura del Amor Divino: Dios padece con, Dios con nosotros, FIEL HASTA EL FINAL.
«Oh Secreta resurrección»… La resurrección de Jesús es secreta, porque se realiza sin testigos, durante la noche; secreta como los grandes comienzos, como los manantiales, como la misma acción creadora. No es el fulgor del mediodía, sino el despuntar de la aurora, la luz virginal del alba.
La resurrección es secreta, además, porque no se impone desde fuera, como un acontecimiento que todo el mundo puede ver y constatar. Es un chorro de vida que fluye por dentro. Aunque la televisión hubiera estado allí, no habría podido filmar nada.
«Secreta resurrección», porque es un misterio de fe que sólo la fe puede revelar al corazón abierto y que sólo entrega su secreto al revelar el de la cruz vivida por amor y para amar.
Permitamos que nuestro corazón arda EN EL MISMO ACTO DE AMAR, de Ser como Jesús, LIBRES DE EGOÍSMO, llenos, llenas de AMOR VERDADERO.
¡¡FELIZ PASCUA (no pascua"s" -la gente dice así, en plural porque no sabe-) porque PASCUA es UNA SOLA, la de Jesús y la nuestra en Él. ¡¡FELIZ PASCUA de saberlo (por la fe adulta) vivo en nuestro ser, en nuestro corazón, en nuestra vida!!
CONTEMPLA EN TU CORAZÓN
Hoy, aquí y ahora, la Pasión está presente en nuestras historias, con nombres y situaciones concretas y tal vez resulta a muchos y muchas contemplar la Resurrección, pero es que la Resurrección es una experiencia de fe, fe adulta por cierto.
Y es que el Resucitado se hace esperar. Jesús no resucita enseguida, librando con ello a sus amigos y a su madre de la angustia (eso que se siente como espada traspasando el ser) de la ausencia. El sábado santo es un largo día de silencio, y en el silencio sin fe, nos asaltan los fantasmas y los miedos. Pero aún así, hace falta silencio para madurar las cosas, silencio para serenar el corazón, para asumir la historia, para que el misterio de la cruz llegue a lo más profundo de nosotros mismos…¿Qué es lo que nos saca de los miedos, de nuestro corazón cerrado, de la oscuridad? Solo el amor.
Por eso, unas mujeres llenas de amor, el primer día de la semana, al amanecer, se ponen en camino, hacia el sepulcro, para hacer algo que no pueden hacer. Les llena el deseo de honrar el cuerpo del Maestro. Aunque saben que no podrán mover la piedra de la entrada del sepulcro y salen al camino preguntándose “quién nos la moverá”, nada las paraliza.
La experiencia de la resurrección ocurre a nuestro lado. Viene de donde no esperamos. Sorprende cuando no tenemos fuerzas. Es una invitación a confiar sin datos ni pruebas. En el fondo, estas mujeres tienen lo más importante: van por amor. Poniéndose en camino por amor, entran en la lógica de Dios… y se les regala la experiencia de encuentro con el Resucitado. No se trata de ver , de oler algo ni de oír o tocar. !SE TRATA DE AMAR, de querer SER AMOR, DONACIÓN, DARNOS ¡
En Nazaret nos encontramos con un Dios sencillo. También en la Resurrección. El Resucitado aparece con gestos humildes, cotidianos… Viene por donde no esperamos. Hemos de ser RESURRECCIÓN, Vida de Amor primero para nosotros mismos, luego para todo ser que respira.
Es lo que ocurrió a los discípulos de Emaús. Jesús, con su lógica humilde, se pone a caminar con ellos y “aparece” como el despistado que no se entera de nada. Y después de un proceso largo de conversación, de relación humana, de acogida, a los discípulos “se les abrirán los ojos y le reconocerán” en gestos sencillos y humildes: como el pan partido y repartido que ha sido Él mismo!!! Gestos que también están a nuestro alcance: SER PAN CURTIDO Y PARTIDO por el dolor, para poder repartirnos en SER CONSUELO, ACOGIDA, AMOR SIN CONDICIONES (Incluyendo a los animalitos, a la naturaleza) tomando siempre la fuerza de Dios en todo momento.
Acojamos al Resucitado a nuestro lado, cerca de nosotros, EN NOSOTROS. Dios ya nos da la gracia para saber reconocerle. Agradezcamos su alegría y la VIDA en abundancia que nos regala y que da un color nuevo a nuestra vida cotidiana. ¡¡Gracias Padre, Gracias Jesús, Gracias Amor, Gracias María Madre!!
Tú que lees, esto es PARA TI HOY, AQUÍ Y AHORA:
Soy tu Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida… y aquí me tienes. Un camino que recorrer, una verdad por anunciar, una vida para darse.
Yo soy el camino. Y si me andas, te garantizo cansancio, horas de flaqueza, encrucijadas que son todo un reto, que cuesta, pero también compañeros, compañeras del camino, reposos, risas y un horizonte infinito.
Yo soy la verdad. Si me proclamas, te señalarán, entre la incredulidad y la burla, entre la incomprensión y el rechazo, pero también sentirás que cantas, resucitas y anuncias un milagro.
Yo soy la vida. Si me vives, tendrás lucha, miedo y eso que llamamos “cruz”, pero con mi Gracia, con tu actitud humilde convertirás todo esto en momentos de GRACIA, bienaventuranza, perdón y resurrección.