martes, 3 de junio de 2025

A ver quién tiene la razón

 

NO TE SUMES AL CLUB DE CABEZONES.

 

Para que dos personas entren en una espiral de “A ver quién tiene la razón”, tienen que caer las dos partes. Esto es, ambas tienen que ser igual de cabezonas. Si tan sólo una lo evitara, nunca llegaría a encenderse la mecha. Siempre podemos decidir no ser cabezones aunque el otro lo esté siendo. 

 


Para evitar caer en esta espiral, hay que comprender los siguientes conceptos: Querer tener razón equivale a basar la autoestima en algo erróneo. Nadie sabe casi nada. 


No querer tener razón proporciona mucha paz. Renunciar a tener razón nos hace superiores ante la necedad. No querer tener razón nos diferencia del borrachito de bar.

 


No querer tener razón es un ejercicio fantástico, porque nos centra en lo importante de verdad: el  AMOR. Cada vez que renunciamos a tener razón estamos fortaleciendo nuestra autoestima porque la estamos basando sólo en nuestra capacidad de amar. En realidad, comparados con el Universo, somos unas menos que pulgas y  todos somos tontos. Por lo tanto, manda a la porra esa enfermiza necesidad de demostrar inteligencia o sabiduría a fuerza de imponer tu razón.

  

SER HUMILDE DA MUCHA PAZ.

 


No discutir NUNCA por querer tener razón proporciona mucha calma. Allí estamos nosotros, serenos como rocas, como hermosos árboles que se mecen al viento, ante la necesidad del otro de ser más listo. ¡Qué paz! 


Visualízate de vez en cuando lleno, llena de sosiego, de dulce majestuosidad, mientras tienes delante una persona que quiere sentar cátedra, que niega abruptamente tu verdad. Con serenidad, le das la razón: «Te entiendo». Y sentir que la serenidad de estar por encima de todo eso nos invade. Ser libre del “ego” proporciona siempre una sensación de ligereza maravillosa. En cuanto le das esa tibia razón, simplemente el debate se acaba. Ya podemos cambiar de tema con toda tranquilidad y teniendo el control de la situación.

 


Dejar al otro expresarse, es una actitud más sabia (dentro de la ignorancia de nuestra especie).  Permítele expresarse, no interrumpas, deja que termine sus frases, pues a esto se llama amor. Sin duda, la humildad otorga superioridad espiritual. Jesús decía: «Bienaventurados los mansos de espíritu» o «Has de hacerte como un niño para entrar en el Reino de los Cielos». En efecto, al permitir que el otro nos quite la razón sentiremos esa elevación. Pensaremos: «Haciéndome ignorante me vuelvo más grande». Permito que el Amor crezca en mí, y que yo (el querer ganar al otro) disminuya; así estás entrando en la estirpe de los sabios y sabias. Te sientes elevado, por encima de la necesidad de ser listo o tonto, versado o inculto. Puedes verte vistiendo una túnica naranja como los monjes del Tíbet: sereno, sabio y feliz.

 

Finalmente, adopta  «la actitud del antropólogo», es decir, querer conocer cómo piensa esa, o esas personas en profundidad. Nosotros no concordamos con su opinión. Está claro. Pensamos que se equivoca. De acuerdo, pero ahora respetemos su decisión e intentemos saber cómo ha llegado a esas conclusiones, qué consecuencias tiene eso para su vida. Y también piensa por qué a fuerza quieres tener la razón, “ganar” y por qué decides tú perder cada oportunidad que la vida te da, para ser manso y humilde de corazón. ¿Sabes? Sólo así, encontrarás descanso.